rase una vez los cuentos de hadas. Eran cuentos para toda y cualquier persona, eran cuentos que describían cosas que la gente nunca antes había visto, cuentos que les dejaba reflexionando sobre su verdad. Y érase siete cuenta-cuentos. Vestían todos en tejidos dorados y plateados, tocaban liras de marfil, cantaban, bailaban, actuaban, pero su fama se debía a sus cuentos.
ada uno vivía en una parte del mundo: uno en lo que hoy conocemos como Inglaterra, otro en España, uno en Francia, uno en Rusia, uno en sudamérica, uno en China, y uno en Australia. Cada cuenta-cuento contaba a su público lo que él creía que les pudiera transformar en personas más bondadosas. Cada uno contaba sus propios cuentos, cada uno vivía su propia vida, cada uno se casó, y cada contaba sus cuentos gratis para los pobres y cobraba a los ricos.
na vez cada cinco años, los cuenta-cuentos se reunían en Italia durante una semana y contaban sus mejores cuentos gratis en un pequeño teatro lleno de espectadores. La entrada era gratis para que quien quisiera pudiera oír los relatos sobre grandes batallas, enromes logros, errores imperdonables, cuentos de creación, de trágicos sacrificios, relatos que terminaban en ríos de lágrimas, relatos que hacían sonreír a la persona más desdichada del mundo... y aprender. Cada cuento tenía su mensaje oculto, cada cuento se contaba desde el sentimiento, y cada cuento cambiaba vidas: hacían a los egoístas preocuparse de los demás más que de sí mismos, hacían que el pobre se sintiera más rico que un rey, hacían a los ricos y poderosos auxiliar a los necesitados.
ste era uno de esos años de reunión: los siete hombres estaba en Roma preparando su nuevo cuento cuando un joven se les acercó. Estaba vestido en un uniforme exquísito de azul con adornos en tela dorada pero sus ojos revelaban una miseria camuflada entre tanto esplendor.
--Mi Señor, su Real Majestad el Rey, les ruega que este año las actuaciones se lleven a cabo en su palacio en lugar del teatro humilde que soleis escoger.
os siete hombres le miraron atónitos.
--¿Qué pasa,-- dijo uno,-- ¿el teatro no es lo suficientemente grandioso para él?
l joven miró el suelo en silencio, por lo que los cuenta-cuentos volvieron a hablar:
--Dile a su Real Majestad que su petición nos halaga, pero que no podemos romper con nuestras tradiciones. Hemos contado cuentos allí desde la niñez, y en nuestros ojos, no hay escenario más grandioso. Si desea vernos, debe acudir allí.
l joven trató de replicar pero los viejos le interrumpieron:
--Ésa es nuestra respuesta, y no te daremos otra.
a mirada del joven cayó una vez más hacia sus pies, y se fue.
* * *
l Rey estaba furioso. Era un ser joven, egoísta, despiadado sin respeto a nadie. Sobretrabajaba su pueblo e imponía tremendas tasas. Sólo había subido al trono un año atrás, y ya le odiaba la mitad de Italia. Y estos cuenta-cuentos le habían hecho enloquecer de ira: ¡nadie le debía negar absolutamente nada! ¡Él era el Rey! El mensajero fue enviado a un calabozo, y a su mujer más joven, de apenas 12 años, la mandó a la guillotina. Ya había mandado asesinar a otras dos de sus mujeres previamente ese año. Y le quedaban cinco. Más tarde ese mismo día, bajó a la perrera, y cuando su mejor perro de caza le rigió, empezó a golpear el pobre animal con tanta bestialidad, que la pobre criatura murió. El malvado Rey juró que si "esos malditos juglares" no acudían a su Palacio, moriría otra de sus mujeres.
as noticias de la muerte de la esposa tan chiquilla del rey y el destino del pobre mensajero viajaron con rapidez y alcanzaron los oídos de los cuenta-cuentos. Supieron en seguida qué había causado los acontecimientos tan terribles, tan drásticos, tan violentos, y se sentaron juntos para idear una manera de parar tal corriente de crueldad. Sólo había una. Mandaron un mensajero al rey con su decisión: actuarían en el palacio. Recordaron un cuento que una vez se habían relatado ante un hombre muy egoísta: éste ahora era un padre tierno y un terrateniente justo. Rezaron porque el Rey cambiara de manera parecida y se dirigieron al palacio, donde el insensato rey les esperaba sonriendo con malicia, esperando.
l cabo de una hora los viejos cuenta-cuentos habían llegado a las puertas del palacio y poco después se hallaban arrodillados ante Su Majestad. El mayor se dirigió al Rey:
--Hemos llegado a la conclusión que un rey como lo es Su Realísima Majestad merece más nuestra atención que el vulgo ante el cual solemos actuar. Le rogamos que nos perdone una respuesta tan falta de consideración y respeto por nuestra parte.
l rey apenas les miraba mientras respondía:
--Cierto es que me hicisteis enfurecer... Contadme un cuento: si es bueno, seréis perdonados; sino, iréis al más pequeño de mis calabozos donde os convertiréis en comida para las ratas. Comenzaréis una vez reunida la Corte.
penas hubo terminado de hablar cuando las puertas a la sala se abrieron de par en par y entraon sus cinco mujeres, sus consejeros (cuyos consejos resbalaban sobre oídos sordos), y los altos nobles. Se sentaron y el rey señaló a los cuenta-cuentos que empezaran.
3 comentarios:
Pero no nos dejes asi, a mitad de escena. Que queremos saber cual es el cuento.
1000 besos
aahh pero si esta en lo mas interesanteee.... sigueee escribiendo por faa, que estoy deseando saber como termina la hisoria
Un saludooooo gordo y otro a tu preioso husky ;)
¡Wow! Me ha encantado el cuento... Me ha dejado tan... ¡¡Intrigada!!
¿Escribirás una continuación?
Un saludo!
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