Cierro la mano
gritando al bastardo y riendo
sus putas. Lo agarro, lo cojo,
lo retuerzco, lo exprimo,
su sangre corriendo en su mente
creando un estado de no,
un estado de sí,
un estado que no está y no estuvo
nunca.
Abro la mano, la mancha
me mira indefensa pensando
en el vacío hermoso
oscuro del lecho que no es
el suyo.
Es mío.
Y mis ojos son sangre,
ceniza y fuego, derraman
dos ríos de tierra robada en lengua
extraña con piedras picudas
y moho.
Mi aliento es verde con pecas
rosadas, veneno en los dientes,
y ¡ay! las palabras...
Shhhh...
Shhhh...
Que tanto te duelen.
Shhhh...
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