12/3/09

Micromundos


No me gusta especialmente el mundo de los músicos. Generalmente, consta de una pandilla de gente cretina y mezquina con un sólo sueño que gira entorno a ellos mismos. Su ambición: limitada, desde llegar a tocar algún día en una orquesta, a ser el solista más aplaudido del mundo (o más a menudo, el mejor pagado). No sueñan con salvar el mundo. No sueñan con hacer felices al resto de la gente. No sueñan salvo con lo conocidos o incógnitos que acabarán siendo.
Son personas que solo viven en una pequeña porción del mundo, pegándose por saber el mejor chiste de "cuántos violistas hacen falta para desenrroscar una bombilla". La respuesta es: Ninguno. En su mundo diminuto y maravilloso las bombillas no dejan nunca de funcionar, y siempre hay luz, sobre todo en el escenario.
Porque, claro, yo me crié en el mundo de la música. Voy al ballet disfrazada de princesa, y me siento bien. No pasa nada, porque estás en un teatro: la vida misma es una gran y esperpéntica ópera. Nos disfrazamos de lo que queremos ser, y nos ponemos un lunar falso en la mejilla para ver si pasamos por Mozart.
Pero no puedo negar la fuerza de la música.
La música es una magia combinatoria que lanza al aire lazos y sueños múltiples que caen al azar sobre los sueños conectados al gran matriz. Hace realidad lo imposible. Pero solo mientras suena. El instante entre el silencio del final y el aplauso da lugar al retorno a la realidad menos hermosa. Siempre hay un airoso que intenta ser el que aplauda primero, hay alguien de 14 años que piensa que silbar es la forma más elogiosa de mostrar su agradecmiento, hay cuatro "olé"s, pero nadie ve el último toque de la magia:
Los músicos sonríen, contentos con una recompensa sorprendentemente humilde: el mero agradecimiento del público. Luego se quejarán de lo mal que lo hizo el solista, o le alabarán y se quejarán del director, o de los cantantes, o de lo largas que son las obras de Mahler, de lo aburridos que están de tocar las mismas dos sinfonías de Mozart y Beethoven, de algo. Pero en ese primer momento del aplauso, todos, los buenos músicos y los malos, los que son buenas personas y los que son buenos bastardos o auténticas perras, todos sienten gratitud tan solo por el aplauso.

1 comentario:

César dijo...

Me gusta esta reflexión. Debemos tener presentes muchas cosas a la hora de escuchar musica y a la vez dejarnos seducir por su magia.

besazos
César