29/3/09

Un barquito chikitito

Había una vez un barquito chikitito. Un pequeño zulo que posaba sobre el vaivén marino, totalmente a merced de la voluntad tempestuosa o pacífica del tiempo.

Era un barquito para dos, pero con una sola cama, enanísima, en la que solo entraban dos personas de lado y fuertemente agarrados para no caerse. Resultaba difícil descansar por las noches. No podían moverse mientras dormían, no fuera que uno de los dos cayese al suelo como un saco de patatas.

Era un barquito para dos, con un sólo remo, que no sabía navegar. Entre los dos, un zurdo y una diestra, cada día se turnaban el remo. Así un día hacían círculos hacia la derecha, y al día siguiente, círculos hacia la izquierda.

Era un barquito para dos, pero con una sola silla, en la que se sentaba ella en el regazo de él. Pero aún esto resultaba incómodo cuando se dormían las piernas y los pies comenzaban a roncar dolorosamente.

Era un barquito para dos, durante un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas. Al cabo de los cuales, de alguna manera, el barquito navegó y llegó a puerto. Desembarcó la pareja, y se encaminó a su vieja casa con cama grande y un par de sillas en la terraza. Esa noche descansaron plenamente: dormidos de lado, fuertemente abrazados, sin moverse hasta que despertaron, ocupando no más de la tercera parte del colchón. Luego se sentaron en la terraza, cada uno en su silla, pero él notaba demasiado despiertas las piernas, echando en falta el cosquilleo del ronquido de sus pies. Ella notaba demasiado dura su silla, escasa de brazos, escasa de abrazos.

Había una vez un barquito chikitito.

Para C

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