2/1/08

ojelfer nu

Con un beso suyo me hubiera podido emborrachar, tan fuerte era el olor a tequila. O peor, me hubiera vomitado dentro. Sus piernas al parecer habían perdido sus huesos o quizás se hacían de gelatina a partir de las ocho todos los días. Intentó acariciarme la cara, pero se tropezó con algo invisible y cayó al suelo riéndose, sangrando por la nariz, feliz como una perdiz borracha. Le dejé ahí, pasé por encima y me encerré en el baño. Me miré en el espejo. Podría quejarme, pero ¿de qué? ¿De una decisión que hice yo años atrás? Él no me obligaba a quedarme con él, ¡como si pudiera! Si seguía borracho ahora incluso cuando se molestaba en levantarse por las mañanas. No me había obligado a iniciar nuestra... ¿relación?
Y entonces, ¿por qué me había ofrecido tan voluntariosa a rendirme, a coger un despojo social por compañía? Había sido despojo siempre. Pero un despojo que un día me ofreció su mano amarillenta, tóxica de tanto fumar. Me ofreció la mano, y aunque luego se cayó él al suelo, al igual que hoy, había intentado levantarme. Y se la cogí. Era la única mano a mano. Una mano a mano, una mano en otra mano. Cogió mis lágrimas y se las bebió, quejándose de que estaban saladas, pero al menos no pasaron desapercibidas.
Sonreí, y la otra yo en el mundo del espejo también sonrió. Y me pregunté, ¿no estaré yo en el mundo del espejo en vez de ella? Estamos en el mismo cuarto de baño, pero en su mundo ¿qué hay detrás de esa puerta? ¿Qué más da? No puedo llegar allí, sólo puedo quedarme aquí, donde recogeré ese saco de huesos del suelo lo mejor que pueda y arrastraré su barriga cervecera a su cama. Él, que duerma en el suelo, pero cerquita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces la persona en la que menos te habias fijado o que mas asco te podia producir te puede salvar, lo comprobe hace tiempo, y aunque no me guste la idea, es asi...