Iluminando la oscuridad con ojos entrecerrados, me río, a ratos, de los ratones. Son tan peculiares... Corretean aquí. Allí. Triquitiquití. Para. Escucha. Se muerde la uña. Triquitiquití otra vez. Y yo, con dos lunas atentas, aguardo. ¡Rarrarrarrá!
Nunca se lo esperan, y por eso siempre estoy aquí. Con letargo. Con los ojos entreabiertos. Con la risa rara reptando vibrante por mi cuerpo. Sus narices hinchadas de queso rancio no me huelen. Triquitiquití. Entra. Ñac ñac, las uñas. Triquitiquití. Ahora se sienta, se lava la oreja. Triqui. Perdió una miga por el camino. Triquití. Vuelve. ¡¡ÑAM!! ¡Rarrarrarrá!
Rrrrrrrrrr... Mejorrrrr. Ahora, tan suave como un pañuelo de seda, me levanto, y lentamente, disolviéndome en las sombras nocturnas del cuarto, paso al lado de los otros, detrás, sonriendo cheshirescamente porque sí, porque no me huelen, ni me ven, ni me oyen, ni me sienten. Hasta que tenga hambre, y entonces será tan rápido que sólo uno percibirá un instante una garra letal. Y entonces nada. Me pondré de nuevo las botas de terciopelo rojo y torna nueva la luna...
Y la risa ronca regresa reptando como un cosquilleo que vive en mis entrañas y hace fiesta en mi garganta.
1 comentario:
¡Me encanta! precioso, me ha parecido increíble tu forma de escribir la vida, la mirada, el gato en sí... es tan lírico...
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