6/5/08

Durga

Poco a poco la gente se va callando, como si a la vez de bajar la iluminación alguien estuviera rebajando el ruido. Se abre el telón y los espectadores desaparecen, disolviéndose en la creciente oscuridad.

Brilla la imensa luna, arrojando su luz por las tierras desnudas. Un árbol muerto sigue en pie en medio una finca, sus ramas, vestidas de nieve, son las protagonistas de la noche. Al reflejar la luz de la luna parecen fantasmales: largos brazos estrechando sus dedos sobrenaturales hacia la energía del astro, alimentándole y alimentándose de él simultáneamente.

Aterrada, la heroína sale corriendo desde el ala izquierdo hacia el centro del escenario chillando algo que nadie entiende. Corre hasta el árbol y se esconde detrás, temblando y llorando. Todos los ojos están clavados en esta figura abrazada al árbol muerto, el largo vestido rojo peleándose con el viento que arranca con desdén las lágrimas de sus ojos.

La sombra del Visitante aparece deslizándose lentamente sobre la nieve que cubre el suelo… Y se va acercando al árbol. El viento disminuye, dejando que reine el silencio ensordecedor. Parece que el tiempo deja de fluír, que va a saltos… Por encima del silencio se oye un suspiro: el aliento de la muerte.

Un espasmo de terror invade el público: la heroína se asoma por un lado del árbol, lanza un chillido; la cara blanca del Visitante con sus ojeras negras aparece repentinamente delante de ella para envolverla entre las mil pliegues de su capa negra, tapando primero sus pies, luego recorriendo su cuerpo petrificado hasta tapar su pálida y aterrada cara. Desaparecen los ojos desorbitados, antes azul mar, ahora rojos. El último rizo dorado es tragado por este oscuro ser. Reina de nuevo el silencio, y poco a poco se va levantando la capa del Visitante.

Y quedan huesos.

* * *

Durga se tumbó sobre la cama. Sabía que le iba a tocar una bronca de las buenas. La cuestión era cuándo. ¿Cuánto tiempo estarían sus padres dando vueltas al asunto antes de estallar?

<Que sea ya, por favor… que no se acumule…>

Pero eso era un rezo que, al igual que tantos otros, Dios siempre había ignorado. Tendría que pasar toda la noche esperando, imaginando lo que la podría esperar en un futuro no lo suficientemente lejano. Desayunarían los tres en silencio, su padre se levantaría el primero y, sin dirigir ni siquiera la mirada a su hija, se despediría de su esposa. Quedarían madre e hija en silencio terminando su desayuno sin encontrar el valor para romper el fino hielo que comenzaba a separarlas.

La bronca estallaría sin aviso ninguno mucho más tarde.

¿Por qué habían ido a verla?

Ella misma les había dicho que la obra era tétrica; que no les gustaría, que se había creado para intimidar y para sentir el poder de controlar la respiración de cien espectadores. Para Durga, había sido tremenda. La obra trataba de embrujar al público, de agarrarlo por el cuello con manos frías y llevarlo a un mundo donde la acción era real. Para lograr eso habían tenido que ensayar la coreografía con la más precisa minuciosidad… Tres meses para preparar una obra que no duraba más de cinco minutos. Pero había salido perfecta.

Todo esto lo había explicado tranquilamente las dos veces que sus padres la habían dicho que “igualmente iban a ver la famosa obra”. ¿Por qué no la hicieron caso?

Se levantó y se soltó el moño dejando caer un río negro y blanco por la espalda.

Había nacido así: una combinación extrañísima de albino y morena, con piel blanca salvo dos grandes manchas morenas en los hombros, el pelo más oscuro que ébano pero con tres extraordinarias mechas blancas, un ojo marrón chocolate y el otro rosa por falta de pigmento en el iris. Por eso, ella era siempre el elemento sobrenatural en las obras. Cosa que empeoraría la bronca de mañana, pues ella había sido el Visitante.

Puso un CD, permitiendo a Sibelius entrar sigilosamente hasta ocupar su habitación de lleno. Se volvió a tumbar para poder cerrar los ojos y centrarse únicamente en la música que la invadía los dos oídos, dejándose llevar a un estado casi de trance. No sabía tocar ningún instrumento, ni quería, pero cada vez que escuchaba esta música se quedaba en este estado, maravillada ante la idea de que humanos pudieran producir un sonido tan bello y tan espiritual, tan lleno de sensación que invadía el cuerpo secuestrando su mente para llevarla a lugares que ella nunca había visto ni iba a ver. Al menos no hasta que por fin se liberara su alma de la prisión esqueletal en la que se encontraba.

Hacia la mitad del segundo movimiento, Durga se había quedado dormida. Todavía vestida con la capa negra y maquillaje del Visitante, tumbada de espaldas con los brazos cruzados sobre su pecho agarrándose los hombros, parecía una vampiresa esperando a que se pusiese el sol para poder despertar de su muerte.

Nadie vino a apagar la luz. Sin embargo, en algún momento de la noche se había apagado, pues cuando entraron los padres, preocupados al no verla bajar a la mañana siguiente, encontraron que la habitación estaba completamente oscura, que el segundo movimiento de la Suite de Karelia se había estado repitiendo toda la noche y finalmente que Durga estaba muerta. Pero no sólo muerta. Su cara era lo único que parecía haber sido alguna vez humana y ésta estaba retorcida en una mueca horrorosa, dejando captada la mismísima definición de Terror. El grito que nadie había oído había quedado sellado en sus labios retorcidos, su boca abierta y sus pulmones vacías. En cuanto al resto de su cuerpo…


Quedaban huesos.

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