La suya era una mirada de Venus, una Venus de mármol sin pupila ni iris. Ojos en blanco que no sabías si te miraban a tí o el árbol justo detrás. Ojos a quienes no les importaba si te miraban a ti o el árbol justo detrás.
Y me estaba mirando. Sin parpadear, algo que siempre me había puesto nervioso. Miraba, esperando a que contestase. ¿Porqué?
Yo directamente no miraba. Veía. Sus ojos, sin enterarme ni de su color, sus pies, la mano (¿izquierda? Ni puta idea), su boca, mis pies, mis manos, los coches que pasaban... Veía, evadiendo el mirar, porque si miraba quizás tendría que aceptar las cosas como eran.
Me dí la vuelta.
No me llamó. No volvió a preguntar. Simplemente me miró, lo sé, porque la ví en el reflejo del escaparate de enfrente.
Me fui sin contestar a la única pregunta que me había hecho.
¿Porqué?
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