29/3/09

Un barquito chikitito

Había una vez un barquito chikitito. Un pequeño zulo que posaba sobre el vaivén marino, totalmente a merced de la voluntad tempestuosa o pacífica del tiempo.

Era un barquito para dos, pero con una sola cama, enanísima, en la que solo entraban dos personas de lado y fuertemente agarrados para no caerse. Resultaba difícil descansar por las noches. No podían moverse mientras dormían, no fuera que uno de los dos cayese al suelo como un saco de patatas.

Era un barquito para dos, con un sólo remo, que no sabía navegar. Entre los dos, un zurdo y una diestra, cada día se turnaban el remo. Así un día hacían círculos hacia la derecha, y al día siguiente, círculos hacia la izquierda.

Era un barquito para dos, pero con una sola silla, en la que se sentaba ella en el regazo de él. Pero aún esto resultaba incómodo cuando se dormían las piernas y los pies comenzaban a roncar dolorosamente.

Era un barquito para dos, durante un, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas. Al cabo de los cuales, de alguna manera, el barquito navegó y llegó a puerto. Desembarcó la pareja, y se encaminó a su vieja casa con cama grande y un par de sillas en la terraza. Esa noche descansaron plenamente: dormidos de lado, fuertemente abrazados, sin moverse hasta que despertaron, ocupando no más de la tercera parte del colchón. Luego se sentaron en la terraza, cada uno en su silla, pero él notaba demasiado despiertas las piernas, echando en falta el cosquilleo del ronquido de sus pies. Ella notaba demasiado dura su silla, escasa de brazos, escasa de abrazos.

Había una vez un barquito chikitito.

Para C

13/3/09

Se ha despertado la rata que vive en mis entrañas royendo mis sentimientos más ocultos, cagándomelos luego por la boca, donde deslizan sus defecaciones hacia tu coración como profanaciones entre agujas oxidadas.

12/3/09

Micromundos


No me gusta especialmente el mundo de los músicos. Generalmente, consta de una pandilla de gente cretina y mezquina con un sólo sueño que gira entorno a ellos mismos. Su ambición: limitada, desde llegar a tocar algún día en una orquesta, a ser el solista más aplaudido del mundo (o más a menudo, el mejor pagado). No sueñan con salvar el mundo. No sueñan con hacer felices al resto de la gente. No sueñan salvo con lo conocidos o incógnitos que acabarán siendo.
Son personas que solo viven en una pequeña porción del mundo, pegándose por saber el mejor chiste de "cuántos violistas hacen falta para desenrroscar una bombilla". La respuesta es: Ninguno. En su mundo diminuto y maravilloso las bombillas no dejan nunca de funcionar, y siempre hay luz, sobre todo en el escenario.
Porque, claro, yo me crié en el mundo de la música. Voy al ballet disfrazada de princesa, y me siento bien. No pasa nada, porque estás en un teatro: la vida misma es una gran y esperpéntica ópera. Nos disfrazamos de lo que queremos ser, y nos ponemos un lunar falso en la mejilla para ver si pasamos por Mozart.
Pero no puedo negar la fuerza de la música.
La música es una magia combinatoria que lanza al aire lazos y sueños múltiples que caen al azar sobre los sueños conectados al gran matriz. Hace realidad lo imposible. Pero solo mientras suena. El instante entre el silencio del final y el aplauso da lugar al retorno a la realidad menos hermosa. Siempre hay un airoso que intenta ser el que aplauda primero, hay alguien de 14 años que piensa que silbar es la forma más elogiosa de mostrar su agradecmiento, hay cuatro "olé"s, pero nadie ve el último toque de la magia:
Los músicos sonríen, contentos con una recompensa sorprendentemente humilde: el mero agradecimiento del público. Luego se quejarán de lo mal que lo hizo el solista, o le alabarán y se quejarán del director, o de los cantantes, o de lo largas que son las obras de Mahler, de lo aburridos que están de tocar las mismas dos sinfonías de Mozart y Beethoven, de algo. Pero en ese primer momento del aplauso, todos, los buenos músicos y los malos, los que son buenas personas y los que son buenos bastardos o auténticas perras, todos sienten gratitud tan solo por el aplauso.