10/1/11

Autoretrato.

Ella era de las que convivía con una gran rata fétida en el estómago. Siempre hambrienta, siempre insatisfecha, con un sabor a vómito en las ideas, escupiendo verborrea por esas bocas secundarias que poseía en los codos. Los ojos estaban apagados y las orejas tenían fallo de fábrica. Pero aún así quedaba un trozo de hermosura en algún rincón oculto de su ser. Un pequeño mordisco de bondad que la rata defecadora no llegó a zamparse. Lo veías de vez en cuando en una sonrisa, y las pocas ocasiones en que los ojos se encendían y destellaban, vivos, agradecidos de encontrar una luz exterior.

Pero nunca duraba mucho: la rata estúpida amargada se despertaría y se pondría por medio escupiendo bilis y rasgando el contorno. Y si no apartabas la mirada sólo verías magulladuras, heridas, una distorsión esperpéntica de una belleza envilecida resignada a vivir enmascarada.